Hay heridas que no sangran, pero duelen cada día, una de las más profundas es la que deja una infidelidad…
Y duele aún más cuando quien traicionó no se arrepiente, no pide perdón ni intenta reparar el daño que causó.
Muchas mujeres se preguntan:
¿Cómo sano si él ni siquiera reconoce lo que hizo?
¿Cómo supero la infidelidad si no hubo justicia, ni disculpas, ni cierre?
Esta historia no es solo la tuya, es la de muchas mujeres que han amado con el alma… y han sido heridas sin explicación. Hoy quiero hablarte de cómo sanar, aunque él no vuelva, aunque nunca lo lamente, aunque el perdón no llegue de su boca… sino del cielo.
Porque sí, es posible sanar el corazón roto cuando el infiel no repara el daño.
Y no estás sola.
Tienes dos opciones: tolerar o poner límites
Seguir tolerando la falta de respeto… o colocar límites sanos.
Cada relación es distinta, no existe una única forma de abordar estas situaciones, es importante que no compares tu proceso con el de alguien más, lo cierto es que si permites que tu esposo(a) o pareja siga pisoteando tu amor, terminarás exhausta, humillada y sin fuerzas.

¿Qué hacer cuando no hay arrepentimiento?
Mi primera recomendación siempre será que pongas lo que te duele en las manos de Dios, tan sencillo como buscar un tiempo a solas y hablar con Él. Si sientes deseos de llorar, hazlo, puedes ir a su presencia tal y como estás: rota, sin fuerzas, con amargura, rabia o temor, Dios no te va a desechar.
Expón tu situación ante Él, háblale como si estuvieras con el mejor amigo que alguna vez tuviste, y dile todo lo que sientes, lo que deseas, lo que te duele, lo que temes, sus oídos siempre están atentos para escucharte.

Habla con tu pareja… pero hazlo con sabiduría
Busca un momento a solas para conversar con tu pareja, escoge el lugar y el momento más conveniente, uno donde puedan estar tranquilos, si sabes que a las 8 de la noche tus hijos estarán despiertos, hay ruido alrededor o él/ella está cansado(a) del trabajo, quizá no sea el mejor momento.
Elige un espacio donde puedan hablar en paz, con calma, y plantear con serenidad los cambios que necesitan ocurrir.
Si después de esto aun así no logran llegar a un acuerdo, sigue clamando, Dios te está escuchando, y Él te dará una salida

A veces hay separaciones sanas
Ten en cuenta que no estoy hablando de “rompimientos sanos” como muchos lo entienden, estoy hablando de separaciones sanas, necesarias a veces para preservar tu auroestima, tu salud emocional, y tu relación con Dios.
No es rendirse.
Es cuidarte…
Y permitir que el Señor obre donde tú ya no puedes hacerlo sola.
Desde una mirada cristiana, el amor verdadero no se rinde fácilmentem, se lucha, se ora, se perdona y se intenta una y otra vez, pero también es cierto que Dios nos llama a vivir en paz, no en esclavitud emocional, a veces, por más que una persona ame, perdone y se esfuerce, la otra simplemente no está dispuesta a cambiar, a sanar, ni a caminar en la misma dirección. En esos casos, no se trata de rendirse, sino de soltar con sabiduría y dignidad, separarse nunca debe ser la primera opción, pero tampoco debe ser vista como un fracaso cuando se ha hecho todo lo posible. A veces, elegir la paz y la salud emocional —aunque duela— también es un acto de fe y obediencia a un Dios que desea restauración, no destrucción.
El amor se construye con compromiso, perdón y esperanza. Cuando ocurre una infidelidad o hay abuso emocional o físico, el corazón se quiebra y la confianza se desvanece, Dios es capaz de restaurar lo que el ser humano ha dañado, y muchas veces lo ha hecho cuando ambas partes están dispuestas a sanar. Pero también es cierto que Dios no nos llama a vivir encadenados al dolor constante ni a justificar el maltrato en nombre del amor. Si la otra persona no cede, no se arrepiente ni demuestra un cambio real y sostenido, aferrarse puede convertirse en una forma de autodestrucción.
Separarse no es el camino ideal, ni debe tomarse a la ligera, pero cuando se ha perdonado, se ha luchado y no hay respuesta, dar un paso al costado puede ser, en algunos casos, el acto más valiente de amor propio y obediencia a un Dios que desea libertad, no esclavitud. Él sigue escribiendo historias de restauración, aún cuando el capítulo actual se cierre con lágrimas.
A veces, el acto más amoroso no es quedarse, sino poner límites firmes con sabiduría y dirección del Espíritu Santo. Cuando una persona persiste en hacer daño y no asume responsabilidad por sus actos, seguir permitiendo esa dinámica solo refuerza su conducta destructiva. El ser humano, muchas veces, necesita consecuencias para abrir los ojos y entender la gravedad de sus errores. Una separación guiada por Dios no es una sentencia definitiva, sino, en ocasiones, un llamado al arrepentimiento, a la reflexión y a la restauración individual. No se trata de castigar, sino de dar espacio para que el otro reconozca lo que ha roto, y si hay un corazón dispuesto al cambio, Dios puede obrar milagros y abrir camino para una reconciliación sana, libre de miedo y de abuso, donde el amor vuelva a florecer desde la verdad y la sanidad.
Porque cuando Dios guía una decisión, aun la distancia puede ser parte del proceso de sanidad. Si ambos corazones se rinden a Él, lo que hoy parece un final puede convertirse en un nuevo comienzo, más fuerte, más puro y más real. Y si no es así, también hay gracia para seguir adelante, con la certeza de que el Dios que sana corazones también restaura destinos.
«Con amor» Joselyne C. Pedraja